Paría sus obras como las mujeres de Castilla, con olor a tierra en la placenta, con raíces invisibles, con el peso aligerado de una alondra solitaria. Se va uno de los grandes, de los que ha hecho a este idioma imprescindible, y lo ha hecho desde la sencillez más absoluta, desde el terreno llano y agostado que refleja en sus novelas, con ese regusto amargo de la vida sin el cual no seriamos humanos. Fue capaz de escribir como se habla, sin los giros retóricos que le ponen purpurina al lenguaje pero que al mismo tiempo lo alejan más de la realidad. Nos ha dado una lección de humildad, era antes hombre que escritor y huía de las vanidades en las que cae habitualmente el novelista reconocido, prefería ir a cazar al campo, a su entorno rural, antes de enfrentarse a la pedantería que envuelven las tertulias literarias y así se fue… sin hacer ruido, haciendo mutis por el foro, antes de que España se sumiera en la tristeza al conocer la noticia.
Creo que estaba en Primero de BUP cuando Don Rogelio nos dio la lista de diez libros que deberíamos leer en ese curso. Estaba ‘la Colmena’ de Cela, ‘Réquiem por un campesino español’ de Ramón J. Sender, ‘San Manuel Bueno Mártir’ de Miguel de Unamuno, ‘La Casa de Bernarda Alba’ de Lorca, Las ‘Luces de Bohemia’ de Valle-Inclán, ‘Tiempo de Silencio’ de Luis Martín Santos y también un libro llamado ‘El Camino’ de Miguel Delibes. Yo seguí las andanzas de Daniel El Mochuelo y de su amigo el Moñigo deleitándome en cada zancada de sus recuerdos, haciendo de las descripciones una categoría magistral en la que detenerse a observar. Luego la curiosidad personal ya me llevó a explorar sus cinco horas con Mario y Los Santos Inocentes y caí rendido ante su genio literario, ante su evocadora forma de comunicar los hechos más aparentemente nimios y simples de los que se desprendían sentimientos. En su obra todavía se puede desgarrar el sentido primigenio de cada palabra que se aferran a su raíz de significado haciendo grande al lenguaje que utilizaba. Hacía la novela como la roca hace al paisaje, convirtiendo al campesino en maestro de filólogos y desgranando poco a poco una historia de cualquiera, de todos al fin y al cabo, afianzándose como un escritor del pueblo, algo que sólo un puñado de ‘sencillos’ autores han conseguido.
Dicen los que lo conocen, que también dejó su huella como periodista, como director del Norte de Castilla, lidiando con la censura franquista aunque tuvo que recurrir a la literatura para contar la verdad. Dicen que fue un maestro de todos los que nos dedicamos hoy día a esto, que sentó cátedra y que dio un ejemplo de moralidad, de rigor y de integridad intelectual tanto que su hueco será difícil de cubrir en esta sociedad de máscaras. En cualquier caso a mi me ha dejado una referencia, un estilo, más de cinco horas de disfrute con sus obras, en las que me dejaba el alma en vilo, la señal que indicaba el camino correcto, la fuerza de muchas enseñanzas vitales que casi inconscientemente he asumido en mi día a día. Todos los que hayamos leído a Delibes con algo de convicción tenemos un sello suyo marcado, un Pepito Grillo en la conciencia que nos aleja de las tentaciones mundanas y que al mismo tiempo nos enseña a disfrutar de las cosas sencillas, imprecisas. Ha sido un docente escondido en cada sílaba y lo mejor de todo es que aún nos quedan sus obras para degustar. Gracias por todo Miguel, muchas gracias.
lunes, 15 de marzo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario